El 2 de abril se conmemora el Día del Veterano y de los Caídos en la Guerra de las Malvinas. Esta conmemoración no es tanto para conmemorar el manotazo de ahogado de un gobierno militar moribundo, sino para rescatar del olvido a los combatientes que lucharon contra las fuerzas británicas en Malvinas y que volvieron como víctimas de un régimen y no como héroes de guerra.
Las convulsiones de un país gobernado por delirantes que pensaron que la guerra era la mejor solución para calmar las aguas de una sociedad en ebullición y que Inglaterra iba a encarar una negociación o someterse a los delirios de tres trasnochados reclamando soberanía, era el panorama más irreal que hoy, 30 años después, podemos imaginar.
Esas locuras empujaron a nuestros colimbas a truncar sus incipientes historias de vida. En su gran mayoría eran pibes de 19 años recién salidos de la secundaria o arrancando la universidad (en el mejor de los casos) o sus primeros laburos como cualquier pibe, como mi hijo, como el tuyo, qué se yo. Si estás cerca de los 50 pirulos seguramente me vas a entender bien, es una edad para comenzar con los primeros vuelos, vivir, soñar, cosas más normales que una guerra.
Nuestras tropas, sin preparación bélica y mucho menos experiencia (no somos pueblo de armas tomar), se conformaron de pibes con miedo, sin ninguna posibilidad y mal equipados que fueron a un lugar inhóspito, acompañados solamente por una sociedad imbuida del espíritu de las “guerras justas”; el tiempo nos golpeó con la realidad y la realidad muestra que ninguna guerra es justa.
Quién iba a suponer que hoy en día a muchos de ellos los siguen mirando de reojo, que 30 años después siguen experimentando traumas, pánicos, depresiones y otros trastornos producto del horror vivido en 1982.
Quién iba a pensar que en el 2012 sigan con reclamos aquellos que, sin haber combatido en las islas, fueron movilizados a distintos puntos del país ante la situación que se registraba o que para visitar las islas tenés que tener pasaporte.
La verdad, 30 años después sigue doliendo tanta desidia. 30 años después muchos miran al cielo queriendo hablar con Dios, preguntándole si anda por ahí para escucharlos y darles alguna que otra respuesta.
En aquellos tiempos también pedían por Dios esperando que Él los escuche:
Escucha DiosYo nunca hablé contigo, Hoy quiero saludarte: ¿Cómo estás?
¿Tú sabes? Me decían que no existes, y yo, tonto, creí que era verdad.
Anoche vi tu cielo. Me encontraba oculto en un hoyo de granada...
¡Quién iría a creer que para verte bastara con tenderse uno de espaldas!
No sé si aún querrás darme la mano; al menos, creo que me entiendes.
Es raro que no te haya encontrado antes, Si no en un infierno como éste.
Pues bien... Yo todo lo he dicho. Aunque la ofensiva nos espera para muy pronto,
Dios no tengo miedo desde que descubrí que estabas cerca.
La señal! Bien Dios, ya debo irme. Olvidaba decirte... que te quiero.
El choque será horrible... en esta noche ¡Quién sabe! tal vez llame a tu cielo.
Comprendo que no he sido amigo tuyo. Pero ¿me esperarás si hasta ti llego?
¡Cómo! ¡Mira Dios: estoy llorando! tarde te descubrí ¡Cuanto lo siento!
(Qué raro: sin temor voy a la muerte...) Dispensa, debo irme ¡Buena Suerte!
Este poema se encontró en la chaqueta del soldado Marcelo Daniel Massad